Con nuestras acciones más comunes y cotidianas, podemos contribuir al bien o mal estar propio y de los que nos rodean. Una palabra, un gesto, cualquier cosa que hacemos afecta, perturba a otras personas y a nuestro entorno. Es en el espacio de la interacción cuando se produce la sensación de bienestar o malestar.
Leyendo a Fritjop Capra en su libro; Las Conexiones ocultas, me encantó aprender que “cuando se unen de cierto modo átomos de carbono, oxígeno e hidrógeno, para formar azúcar, el compuesto resultante tiene sabor dulce. Sin embargo el dulzor no está en el C, ni en el O ni en el H. El dulzor es un resultado de la interacción de las moléculas de azúcar con la química de nuestras papilas gustativas”
Ciertamente que las personas somos mucho más que solamente reacciones físico químicas. Tenemos todo nuestro mundo interpretativo, emocional y de supuestos condicionados por nuestra historia personal, y nuestra cultura. El punto es que, no he podido dejar de pensar que, al igual que las moléculas de azúcar, nosotros (con nuestros componentes personales unidos de un cierto modo) al entrar en contacto, interactuar, con alguien más podemos desatar un sabor u otro.
Estamos en un momento en que todo el mundo presagia que lo vamos a pasar mal, que se vienen momentos difíciles, que el mundo se va a complicar más aún. De hecho algunos, muchos tal vez, ya lo están pasando mal, o menos bien que antes.
Los invito a jugar a ser azúcar.
La invitación es a estar atentos a esas situaciones en que interactuamos por breves momentos con alguien. La vendedora de la farmacia, la cajera del supermercado, alguien con quien cruza una mirada en el metro. También, por supuesto con aquellos más cercanos; los que trabajan con nosotros, nuestros hijos, pares, amigos, etc.
Juguemos a VER a cada una de esas personas a partir de un cierto ordenamiento de nuestros componentes internos; los del sabor dulce; apreciando a ese ser humano maravilloso, que tiene sus legítimos sueños, temores, enojos y anhelos tan similares o tan diferentes a los nuestros. Sin juzgar su aspecto, actitud o manera de pensar. Basta con acciones muy simples; sonreír, hacer una pregunta que muestre interés por el otro, ceder el asiento.
Los efectos son sorprendentes. Algo pasa que el bienestar que el otro siente, de alguna manera misteriosa aún para mí, pero constatada en la práctica, se traspasa. Los efectos son sorprendentes. Cada vez que juego a ser azúcar, me siento bien en ese momento y mágicamente las interacciones con otras personas después, me desatan el sabor dulce de bien-estar.
Tal vez, si muchos de nosotros jugamos a se azúcar más seguido, el mundo empiece a tener ese sabor más dulce que todos anhelamos. Sabor de amor, colaboración, compasión, aceptación y alegría.