10/27/2006

La integridad y la vida apasionada

La mayoría de las personas estarían de acuerdo en que es importante vivir nuestras vidas con integridad. Se dice que una persona es integra cuando actúa de manera coherente con aquello que dijo que haría, cumple su palabra, no engaña o inventa excusas por falta de cumplimiento. Cuando vivimos así nos sentimos bien y los demás se sienten bien con nosotros.

Hay otro aspecto de la integridad que es indispensable para nuestro bienestar y el de nuestra sociedad. El vivir en integridad con uno mismo. Esto es, escuchar honestamente lo que yo quiero, necesito y valoro y luego honrar esas verdades propias y vivir de acuerdo a ellas. Cuando las personas entramos en una etapa sostenida de no hacer aquello que valoramos y necesitamos como seres humanos, nos traicionamos a nosotros mimos y perdemos el respeto propio. Empezamos a vivir en conflicto con nosotros mismos y no con integridad. Ahí nos atrapa la desidia, el descuido, el abandono, la falta de pasión y por supuesto la falta de poder. Ningún ser humano se hace esto a sí mismo intencionalmente. Por distintos motivos esto nos ocurre, nos dormimos, perdemos esa sensación de nosotros mismos. Hemos olvidado que somos cuerpo, alma y espíritu, además de mente.

Las personas somos en diferentes espacios de acción en la vida: la familia, la pareja, el trabajo y la carrera, lo social, lo espiritual, la salud, la entretención. Lo que hagamos en uno de esos espacio siempre afecta a algunos de los otros. Los valores entran en conflicto, las prioridades se ven amenazadas, el temor de perder nuestros sueños en uno de ellos nos hace tambalear en otro. El fracaso en un espacio nos hace dudar de nuestros talentos y de nuestras capacidades en general. Nos confundimos y llenamos de explicaciones y conceptos que nos ayudan a “entender” lo que sucede. Todo esto nos provoca sensaciones y emociones variadas que generalmente pasamos por alto o acallamos descartándolas rápidamente. Nos desconectamos, literalmente, perdemos contacto con aquello que nos importa desde lo más profundo.

Integridad, según el diccionario es “la condición de estar completo, de no estar dividido”.

Cuando en el trabajo o en cualquier otro quehacer en la vida nos movemos volcados prioritariamente hacia fuera, sin escuchar lo que sentimos, sin validar nuestras emociones y nuestras sensaciones, sin concetarnos con la gloriosa vida que está en todo lo que nos rodea, acatando solamente aquello que está establecido desde los otros, vamos anestesiando la posibilidad de reconocernos, de saber qué es lo que nos renueva la energía que somos. Decimos que nos quedamos sin pasión

La pasión es observada desde afuera como mucha acción Vamos en pos de algo que nos interesa fuera de nosotros. Se dicen cosas como: ella es una apasionada de la música, él es un apasionado de los autos, su pasión es su trabajo. Lo que observamos es a alguien “haciendo”, algún un tipo de actividad. Sin embargo, ¿Qué nos impulsa ir tras de ese algo fuera de nosotros? ¿De donde surge la fuerza y las ganas de ir en pos de eso?

Aquello que perseguimos fuera de nosotros realizando proyectos y haciendo diversas actividades, surge de lo más profundo de nuestro ser, de nuestra capacidad de estar conectados con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea.

Podríamos mirar la pasión como una fuerza interna de vida, que se manifiesta en aquello por lo cual sentimos nuestra más profunda curiosidad, lo que nos intriga, lo que no podemos evitar perseguir, aprender, lograr saber, vivir. Tiene que ver con eso que más detestaríamos perder en la vida.
Descubrir lo que nos apasiona es lo mismo que descubrir lo que nos da vida, lo que nos alimenta, lo que nos nutre. La expresión “sentirse vivo” nos indica eso justamente “sentirse”. Por lo tanto la pasión surge cuando no estamos divididos entre nuestro ser y nuestro hacer, sino que estamos completos siendo y haciendo.

10/25/2006


La Evolución: Morir y Renacer


“La verdadera vida sólo se alcanza aceptando la muerte”. Me llamó la atención esa frase en un libro que leía el otro día. Y como la evolución de los seres humanos y de todo lo que nos rodea es algo que me ha apasionado siempre y he dedicado gran parte de mi tiempo activo ( y también del ocioso) al tema, me puse a pensar, una vez más, en la cantidad de momentos en que morimos en la vida.
No me refiero a la muerte como el fin de la existencia como ser vivo. Sino la muerte que se repite a diario, a veces de manera tan evidente que no podemos dejar de darnos cuenta, otras tan furtiva o fugaz que no la percibimos. La muerte de una parte de nuestro ser que da paso al nacimiento de otra, avanzando en su transformación al mismo tiempo que incluye lo que siente que está muriendo.
Cada apertura a nuevas perspectivas y maneras de entender algo en el mundo implica que algo muere y algo nace adentro de nuestro ser, al igual que en todos los seres vivos. Cada cambio significa dejar morir una parte propia que nos ha acompañado por años. Nos aferramos a nuestros conceptos o modelos de como deben ser las cosas. También nos aferramos a las emociones y sensaciones que nos son agradables. Por momentos nos convencemos de que somos nuestros pensamientos, nuestras creencias y nuestras sensaciones y emociones. Sin embargo la transformación es inevitable, la evolución sigue su curso, queramos o no. Las cosas cambian a nuestro alrededor, las personas y las situaciones se presentan sin que tengamos a veces la posibilidad de elegirlas según quisiéramos. Un despido, un cambio de jefe, una enfermedad, un olvido de pagar una cuenta, un error de apreciación, un accidente... siempre existe ese inevitable momento en particular ante el cual la manera en que “sabemos” actuar ya no nos sirve. Nuestra creencia de como es algo o como se debe hacer ya no aplica. Ha llegado el momento de una necesaria (“pequeña o gran”) transformación en nuestra vida.
Soltar nuestras creencias y, desde ellas, algunos hábitos o mecanismos de reaccionar y relacionarnos con otros, en particular aquellos que nos han servido para sobrevivir a momentos duros o los que han resultado en pasarlo muy bien, puede resultar difícil y doloroso. Sin embargo internamente sabemos que una parte de nuestro ser debe necesariamente morir para dejar paso al nacimiento de algo nuevo, o el sufrimiento continuará o aumentará. Lo que toca entonces es soltar lo que ha sido, desanudar lo que nos atrapa y abrazarlo al mismo tiempo que nos adentramos en la nueva manera de ser y por lo tanto de hacer.
Lo que más me maravilla es que la evolución es inevitable. Seguiremos muriendo y renaciendo, desplegándonos, transformándonos, sin dejar de ser quien somos, sino que trascendiendo e incluyendo lo que hemos sido. Es la esencia divina de este glorioso Universo en que nos ha tocado existir.